Teniztli, el tercer rey totonaco, consagró a su bella hija Tzacopontziza (lucero del alba) al servicio de Tonacayohua, la diosa de la siembra; aunque ella había hecho votos de castidad, conoció al príncipe Zkotan-Oxga (joven venado), y se enamoraron. Joven venado raptó a lucero del alba pero los sacerdotes se dedicaron a buscarlos y cuando los apresaron, los degollaron y le ofrecieron sus corazones a la diosa Tonacaohua. En el lugar del sacrificio brotó un arbusto y a su lado creció una orquídea que una mañana se cubrió de flores de exquisito aroma. Así fue como la sangre de los príncipes se transformó en arbusto y orquídea. De la sangre de una princesa nació la vainilla, que en totonaco es llamada Caxi-Xanath, lo que significa flor recóndita.
La vainilla, llamada en náhuatl Tlilxóchitl, era uno de los tributos que exigían los aztecas a los pueblos conquistados en los territorios del este. Más adelante, con la llegada de los europeos, la vainilla comenzó un largo peregrinar: las vainas iban a España donde las utilizaban en la confección de perfumes y también para aromatizar el chocolate como hacían los indígenas mexicanos; la planta salió rumbo a Inglaterra por el año 1800, para continuar más tarde hacia los jardines botánicos franceses. La migración no se detuvo aquí y la vainilla siguió su viaje hacia las islas del océano índico y a mediados del siglo XIX llegó a Madagascar. La actual república malgache llegó a convertirse, mucho tiempo después, en el mayor productor mundial de la famosa vaina. .
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